Una vez mi mamá atendió una niña con un dolor de estómago asesino. Al preguntarle qué había comido en el día, la niña, después de enumerarle los alimentos, agregó con naturalidad
- y me tomé una botella de salsa Valentina
- ¿cómo? ¿se la pusiste a unas papas o algo?
- no, sola
- ¿pero un poquito?
- no, toda
Hacer cosas muy estúpidas es el deporsí de los niños, pero al parecer la costumbre se queda. La gente actúa estúpidamente todo el tiempo y después se lamenta, ay ay ay, por qué por qué por qué a mí? Ya no creo en la posibilidad de tragedias que no sean autoprovocadas y, por tanto, inmerecidas.
A mí me duele el todo porque me tomé (sola y toda) una botella de fe en el hombre y en las palabras, cuando todos claramente me decían cuidadito y me decían que no y que no.
Al menos no me lamento (tanto). Aguanto (vara). Y me siento (de sentar) a esperar que pase el dolor, el derrumbe.
Pero mientras me siento (de sentar) inevitablemente me siento (de sentir) enormemente pendeja. Tan inocente pobre amiga. Tan como en las telenovelas.
Gracielita, esa pobre campesina.