miércoles, noviembre 29, 2006

What lies beneath

Una vez vi a Juan García Ponce cuando se ganó el Rulfo: estaba tullido, era una bolita convulsa en una silla de ruedas, casi ni podía hablar, se le enchuecaba la boca y le temblaba la cabeza. Feo.

Y yo no entiendo para qué la gente quiere conocer a un escritor. Lo maravilloso del texto está en el texto mismo, lejos muy lejos de quien lo escribe, que más allá de lo que ha dado no debe tener gran cosa qué decir distina a la que podrían decir todos los demás (pura tarugada, pues).

No hay escritor, hay obras, y a mí me pone de malas la expectativa que crea ver a un hombrecito sin chiste porque lo que escribe genera admiración. Leer, no ver, para eso la televisión.

Tampoco tiene sentido que un autor hable de lo que escribe, menos que hable de otra cosa. Que se queden callados, que escriban.


Que vayan a escucharlo no les creo, van a ver qué le ven, como si tuviera algo de especial. Si no convierte el agua en vino o se saca diamantes por los lagrimales (sí hay quien, lo vi en Primer Impacto), no hay nada que ver ahí.

Ojalá el texto se escribiera a sí mismo.

Esta es mi queja contra la emoción que genera la FIL, y esto, epígrafe de un texto de Quino, el resumen de lo que quería decir: es como disfrutar del foie gras de oca y un día conocer a la oca.




Lo que yace detrás de las letras, ptrrrrrr.



Odio a la gente. Odio a la FIL. Pero ¿ir a ver al Príncipe Felipe o a Gael García? Sí, hay que ver lo que hay que ver, eso sí.