No el mundo a mis pies. Camino y los miro. Derecho / izquierdo / derecho / izquierdo. Avanzan. Siempre la mirada puesta sobre ellos que se mueven con poca gracia entre la arena en la que se hunden y salen / se hunden y salen / derecho / izquierdo. Me detengo. Levanto la vista. A un lado el mar demasiado azul, azul cielo, aunque ese cielo es un poco gris. Al frente algunas piedras. Al otro lado gente, gritos, latas. Así que aquí estoy, así que esto hay, (así que esta es mi vida). No sé si sigue siendo bello o si me entristecen sus huecos, su naturaleza de maqueta, su suciedad art déco. Termino pensando, como cada vez que me detengo a ver, que hay tantas cosas que ya no sé con qué ojos mirar. Me asusto me confundo me parto y mejor vuelvo a caminar. Inmediatamente los ojos regresan sobre los pies que se mueven entre la arena todavía muy blanca pero ya no suave como la recordaba, ya no limpia, y ahí se quedan.
Cuando levanto la vista nada es hermoso como lo recuerdo, como lo imagino. Tal vez por eso, con la esperanza encogida de hombros, ya siempre voy con la mirada clavada en mis pasos.
Puedo viajar, puedo ir lejos de casa (no del hogar), pero de un tiempo a acá sólo conozco la tierra que piso y nada más. Quizá así es mejor. Sigo andando, manos en los bolsillos, el mundo mis pies. Todavía me queda imaginar.
Cuando levanto la vista nada es hermoso como lo recuerdo, como lo imagino. Tal vez por eso, con la esperanza encogida de hombros, ya siempre voy con la mirada clavada en mis pasos.
Puedo viajar, puedo ir lejos de casa (no del hogar), pero de un tiempo a acá sólo conozco la tierra que piso y nada más. Quizá así es mejor. Sigo andando, manos en los bolsillos, el mundo mis pies. Todavía me queda imaginar.