Y luego, despertar. Ese mareo que es como para quedarse en silencio. Disculpe, tuve que alejarme. No pude soportarlo. Si le hablo de usted es porque lo respeto. No vaya a pensar. Que no me digan chaparrita. Que no me toquen. Que la señora desconocida no me pida explicaciones: No soy la amante, soy la hija; no soy la hermana, soy la media hermana; no me gusta la leche entera; prefiero el café descafeinado; guarde las cosas en el refrigerador o tírelas a la basura, yo ya me voy, me da igual. A fin de cuentas yo siempre me voy y siempre me da igual.
Esto ha sido el relato de los últimos días, que son los únicos que tengo por esa tendencia a olvidar. Así se ha cumplido todo. Tic tac, tic tac. Soy una dama sin orden. Choco tres veces los tacones de mis zapatillas rojas y sólo para decirte: Adiós, tengo prisa. (Aunque al tiempo repita entre dientes: no hay lugar como el hogar, no hay lugar como el hogar, no hay lugar como el hogar...)