I was at a funeral the day I realised
I wanted to spend my life with you
Había un capítulo de La hora marcada llamado así. Me emociona el nombre. El fin del mundo es mi lugar común preferido.
Si me pongo a pensar en cosas que he olvidado, recuerdo que hace unos años la pura onda era, en lugar de cortinas, poner persianas horizontales de metal, que se sostenían por unos listones que las hacían subir y bajar. Eran pesadas, ruidosas, se atoraban casi siempre al descender y tratando de desatorarlas te ganabas cortadas en los dedos cuatro veces al día. Eran feas y fastidiosas, pero eran también las mejores cubiertas de ventana para espiar. Como eran muy flexibles, se podía levantar con un dedo el caber de un ojo en la lámina y observar sin que desde afuera se notara violado el hermetismo visual de la ventana.
Me imagino que así era la persiana tras de la que se escondía el espía espiado de Morirás lejos. Me imagino también que con este sistema podría hacer lo que he querido desde que recuerdo querer cosas pero siempre había pensado imposible, porque era mucha amenaza y yo no soy de arriesgar: ver, que no me vean y escapar del castigo.
Lo que yo quiero y he querido siempre ver es la calamidad previa al juicio final, pero me detenía la historia esa, que me emociona también, de que, cuando el apocalipsis venga, el que se guarde en casa se salva, pero el que no, y no sólo el insurrecto que rete a la profecía y se quede afuera, sino también el que se atreva a mirar (el fisgón morbosón), se lo cargan los jinetes o lo parte en dos (o en siete, mejor) la espada de fuego y se lo lleva el diablo.
Yo no quiero que me lleve el diablo pero ahora lo sé: puedo ver y que no me vean, persianas metálicas es mi solución. Supongo que por eso se fueron para no volver y ya sólo podemos elegir entre las acusadoras verticales, que abren grandes espacios al separar una de otra, o las cortinas, que captan cualquier movimiento.
Antes podían estar de moda las persianas metálicas, había tiempo, ahora ya no, seguro está ya cerca el fin del mundo y lo saben y nos quieren coartar los medios para evadirlo. You can run but you can't hide.
Pero yo sé dónde están guardadas las persianas ochenteras, yo las tengo y, además, tengo un plan. Todo calculado. Veré lo que quiero y siempre quise ver. Por primera vez voy a estar en el lugar y momento correctos.
Todo va muy bien, pero queda una cosa más. Siempre pienso sólo en mí, quizá si esta vez eso cambiara e invitara a alguien a mi bunker voyeurista, hasta el nombre que me emociona tedría sentido, y entonces la perfección. Cuando me canse de ver la sangre, el desmembramiento, el terror, los días como noches, el poder destructor del frío y la angustia, podría dejar mi ventana e ir dulcemente con dos tazas en mano hasta la mesita de centro, bellísima, limpísima, sería de cristal:
-¿Un café?
Y hablar. Olvidarnos un poco, un poco más, olvidar que se acaba. Aunque se acabe. Un café y olvidar. Para no sentir más soledad. Fin del mundo, sí, pero ¿otro café? No se me ocurre un mejor final.