Hace ocho años tenía 22. Era 2004. Trabajaba en el CUCEA y lo odiaba. Más lo odiaba que trabajaba. Estaba en la escuela. Me divertía mucho pero también quería adelantar el tiempo hasta un lugar de él donde pudiera divertirme sin culpa de estarme divirtiendo en vez de aprender algo.
Vivía en Guadalajara. O no vivía tanto, pero ahí estaba.
Ocho años después tengo casi 30. Es 2012 y dicen que se va a acabar el mundo, pero dicen eso a cada rato. Trabajo en publicidad y lo odio. Más lo odio que trabajo. Hace tiempo que salí de la escuela; hace tiempo que eso permanece en mi vida como un ciclo no cerrado. Ahora me divierto menos que entonces pero me maravillo más. Desde hace ocho años hasta ahora no he encontrado ese lugar o momento en el que no me dé culpa estarme divirtiendo o maravillando en vez de estar aprendiendo o haciendo algo; creo que esto ya no me importa tanto.
A veces no puedo dormir y a veces lloro poquito y a veces quiero morirme porque todo está mal, porque no soy lo que quieren y porque no sé qué es lo que yo quiero ser, pero la verdad, escúchame bien, escúchame y dímelo en todas esas veces que seguro vendrán: este es para mí un momento fantástico.
Vivo, aunque todavía no podría decir que vivo, pero estoy en una ciudad en la que, aun si no sé dónde estoy, nunca me siento perdida.
Me pagan por leer lo que otros escriben y además me pagan por escribir lo que quiera. No puedo vivir de eso pero eso puede ayudarme a sentir que sí vivo, me diga lo que me digan en ese otro campo en el que trabajo y odio, más odio que trabajo.
Veo cosas hermosas todos los días. Leo cosas hermosas. Escucho a la vecina cantar en su regadera junto a la pared pegada a mi cama y eso a veces me hace sospechar que soy pobre pero incluso en esas ocasiones me conmueve y finalmente me da risa; hablo de mi pobreza, también de su canto.
Me gusta mi casa aunque haya quien no la entienda. Me gustan las paredes rojas de afuera. Me gusta que todo sea tan viejo y sin embargo, para mí, tan nuevo. Me gusta que esto haya existido tanto antes que yo y que ahora me permita habitarlo.
Quiero a mi roomate. La quiero como la quería cuando teníamos 15 años y pensábamos qué iba a ser de nuestra vida 15 años después, y resulta que es esto, y resulta, más sorprendentemente que es -casi- lo que esperábamos.
Yo sé que luego no voy a poder dormir y voy a llorar poquito y voy a querer morirme porque todo está mal, porque creo que no sirvo como pensaba que no serviría cuando tenía 15 años; por eso te cuento esto, espero que lo hayas escuchado bien claro.
Todo está bien. Esto es maravilloso. Soy lo que esperaba porque nunca esperé nada. Soy mejor de lo que esperaba porque soy esto, soy algo, y es maravilloso. Todo está bien.
No olvides recordármelo.