Anoche estaba leyendo una novela, y no por hacer un anti Peña Nieto y dedicar mis horas de ocio a la lectura, sino porque tengo un trabajo maravilloso en el que lo que se hace es leer, y en algún punto me detuve a pensar que estaba bien, pero que no era El último unicornio. Pensaba que eso que ahora leía no te hacía querer morirte de amor, pensaba que qué se sentiría tener en tus manos un libro impublicado que mereciera ser defendido con picos y palos, pensaba que qué se sentiría escribir algo así, pensaba que tenía que dejar de distraerme con estos pensamientos y acabar lo que estaba haciendo.
Terminé de leer, pero necesitaba saber más de la autora para sacar el trabajo, así que la googleé. Lo primero que encontré fue una entrada a su blog que empieza así:
Do you ever finish reading a book and just want to throw it across the room and cry and never touch paper/keyboard again, because you’ll never be that good?
Y después pone un ejemplo de un libro que hizo eso con ella. Y ahí estaba: El último unicornio.
Qué bueno que existan las coincidencias. Tal vez ya nunca tendré nada, pero me conformo, me alegro, me quiero morir de amor momentáneo con que siempre me queden ellas para sentir que, en alguna parte, algo que ni me busca ni estoy buscando, me espera.