martes, febrero 14, 2006

Me divertí mejor sin ti

Laura era una de esas niñas flacas y anormalmente larguiruchas para los doce años que tenía, era también bonachona, le parecía que había hecho un nuevo amigo en cada persona que le dedicaba unos minutos de conversación y siempre usaba sobre el uniforme una sudadera blanca que decía "Pepsi". Es de las pocas personas cuyos apellidos no recuerdo, ni siquiera uno de ellos (en mi memoria se guardan muchos más nombres completos que conocimiento general). Laura estaba conmigo en la secundaria. Sólo tengo un recuerdo de ella durante esa etapa, en ningún otro evento de los dos años que estudiamos juntas la puedo recuperar.

Una vez, cuando estábamos en segundo, una maestra me sacó del salón para decirme que tenía que ir a un concurso de inglés, de esos que se hacen entre secundarias de la zona, porque a la de tercero que iban a mandar le había pasado no sé yo qué cosa y alguien tenía que ir en su lugar (gracias, qué amables). Me fui. Cuando regresé encontré metido en una esquina de mi cuaderno un papelito que decía

Hola, Graciela,
me senté en tu banca, usé tu pluma, y me divertí mejor sin ti.
Atentamente
Laura (la niña Pepsi)


Todo fue una confusión. No eramos amigas, ¿por qué me dejaba recaditos confianzudos? ¿La niña Pepsi? Nadie jamás le había dicho así. ¿Quién se anda poniendo autoapodos por las cosas raras que hace, como usar todos los días una sudadera de Pepsi? Además, cuando a uno le dejan tan claro que lo pasaron mejor en su ausencia se siente mal, pero al final de la nota había una carita feliz, eso lo volvió todo más confuso, aún así Laura me cayó muy bien desde ese momento por su última frase, tan mal construída pero que sonaba tan bonita y verdadera.

En la prepa, mientras esperaba para cruzar la calle, un camión se paró frente a mí. Desde adentro una mujer flaca y larguirucha me vio, y me sonrió, y me saludó, y yo la vi, y le sonreí, y la saludé sin saber quién era. Me quedé pensando y entonces la recordé. Claro, era Laura, la niña Pepsi, era "me divertí mejor sin ti". Esa fue la segunda vez que pensé en la frase, y desde entonces en adelante han sido muchas más.

Tan útil y tan simple resumen de un montón de cosas que a veces uno no sabe cómo decir: "me divertí mejor sin ti".

domingo, febrero 12, 2006

(...) El sentido del mundo está en caminar, en el movimiento, en el cambio: fue hecho sólo para deslizarse en instantes irrecuperables, para nacer y morir en un parpadeo. En cambio la literatura, (...) como el amor, desde el inicio se encuentra condenada al fracaso. (...) Te escribo porque he decidio lanzarme al vacío: al menos en este caso no me atrapa la inercia. Lo peor es que te escribo y ni siquiera sé si te conozco. ¿Te amé? ¿A quién amamos? No a las personas, sin duda, sino a sus imágenes, las nebulosas siluetas que hacemos de ellas: a sus residuos. A fin de cuentas -el dolor lo prueba- sólo existimos para quienes nos aman o nos odian. Por desgracia esa temible existencia que nos otorgan los otros no se parece a nuestra amargura. De ahí que el amor más profundo sea el que tiene por objeto a un desconocido; así lo poseemos sin decepcionarnos de la idea que tenemos de él comparada con su cuerpo. Cuando convivimos con el ser amado, cuando lo vemos a diario, cuando somos capaces de adivinar sus pensamientos, el amor se desvanece y nos damos cuenta de que el otro no ha sido más que un pretexto. Pero no me importa, a estas alturas me da igual que seas una invención mía y no vayas a leer esta carta: de cualquier modo voy a escribírtela. Que el azar me pruebe en este viaje absurdo, yo probaré en él mi suerte. Muy poco me resta de ti: apenas una remembraanza amarga, un espasmo, jamás una mirada, una palabra, una caricia tuya. Todo se desvaneció; ni siquiera tu nombre significa algo, pues, ¿a cuál de tus figuras, estados de ánimo, sentimientos he de dirigirme? ¿Cuál de todos esos ojos, mejillas, llantos, insultos eres tú? Sólo que, pese a la irracionalidad que entraña, te amo intensamente, mi destino depende de un murmullo de tus labios, de una seña de tu mano. Es la paradoja: no puedo dejar de decirte ya nada. Nada puede hacer que te oculte lo que por ti y para ti es en mí. Nada me puede contener, ni el temor de herirte (...), me posee el amor a ti. (...) Te toco, te veo, te toco y te veo en mí: yo soy de ti, fuera de ti no soy: déjame que me defienda de morirme. Deja que por un instante vuelva a hacerme de ti, que lo intente. (...) Te he hablado, te hablo sin pudor, brutalmente. (...) Estoy llorando como nunca he llorado. Toda mi vida está llorando por ti. Perdóname, fui yo quien te destruyó, no el tiempo. Debía olvidarte, asesinarte, apartarte de mi cabeza. Tú y yo. Y vencí: de pronto dejaste de importarme. Quise entonces excluír de mi alma los sentimientos, siniestras llaves de puertas no deseadas, ápices de debilidad. Ellos nunca me explicarían el mundo. Me refugié en la inteligencia, ese frío tumor: con ella fabriqué un universo contingente, con leyes precisas, donde no hacías falta. El azar estaba prohibido; el amor, proscrito. (...) Infinidad de veces repetí que había que arrancarle al mundo los escasos jirones de verdad que nos muestra: ahora me veo precisado a desprender el más importante, el que puede justificar los demás, el que puede dar sentido al tedio y al dolor, a las risas necias y los olvidos puntillosos, a tu amor desvanecido y a esta carta que se pierde con mi sangre.
Amada, estás presente a pesar del oscuro silencio,

Lo poco que queda de mí

No soy de esas personas que le caen muy bien a la gente, pero tampoco de las que caen muy mal. No muchos me quieren, pero tampoco muchos me desprecian. Para la mayoría siempre he sido solamente "la que se sienta aquí", "ella", "tú", "oye","pst", y hasta ahora no había sido cosa que me hubiera preocupado.

Anoche leí "A fin de cuentas -el dolor lo prueba- sólo existimos para quienes nos aman o nos odian", y sentí tanta tristeza al darme cuenta, entonces, de lo poquitito que me ha tocado existir.

Y yo que me consolaba pensando que, al menos, eso de la existencia sí era para mí. Bah.

viernes, febrero 03, 2006

Bondades de la hiperactividad

Alguien es feliz. Hasta hace poco supe cómo se llama. M., su nombre es M. Mi amiga que ya no es mi amiga y yo nos referíamos a él como "El Souvenir". Es como un recuerdito, una muestra gratis de otra persona. M. es pequeño y siempre está brincando y palmoteando. Si hiciera soniditos como chuic chuic chuic entre palabras o al caminar, apostaría mi fortuna a que es un muñeco de cuerda.

Los tres fumábamos. F. se quejaba de su trabajo y sus enfermedades; yo, incluyente, me quejaba de la vida en general. M., brincando y palmoteando, nos escuchaba, tan hiperactivo, tan sonriente. Le pregunté "¿Eres feliz?". M. dijo "Sí". Clarito se le veia que sí lo es. Nos fuimos.

F. y yo caminábamos hacia el carro, despacio, las manos en los bolsillos, arrastrando los pies, muy despacio, él se seguía quejando de su trabajo y sus enfermedades, luego se interrumpió para decirme "Sí es feliz", y vino a mi mente la imagen de M. brincado y palmoteando, tan hiperactivo, tan sonriente, y nosotros tan lentos, tan pasivos. De pronto fue obvio: "Ha de ser porque se mueve mucho".

Así llegué a la brillantísima conclusión de que la felicidad es algo motriz, una consecuencia del movimiento, como el calor, como la elasticidad. Yo nunca voy a ser feliz.

Y ya en casa tuve este otro pensamiento grande e importante:

No me gustaría salir con un hombre que oliera a gelatina de limón.