Voy a enfrentar los seis minutos más largos de mi vida. Dar la cara nunca fue lo mío. Dar la voz nunca fue lo mío. Podría dar alguna otra cosa pero no mientras no tenga definido qué es lo que tengo.
Tengo, tenemos, la percepción de una ciudad en la que no pasa nada, tal vez porque sólo la hemos visto desde adentro, encontrando no más que paredes y calles por las que avanzamos sin llegar a ningún lado. Tengo que enfrentar esto, como tengo que enfrentarlo todo, y presentar algo que esté haciendo. No sé qué estoy haciendo y aún así tengo la sospecha de que puede salir mal. Por eso tengo un plan de contingencia. Tengo los tuits de Margarito para explicar lo que haya que explicar, lo que también puede ser nada.
Tengo, eso sí, algunas preguntas. Y ustedes quiénes son. O qué estoy haciendo. A nada de eso tengo respuesta, pero tengo la seguridad de que siempre hay alguien preguntándose algo. Hasta las calles.
Una amiga tomó una foto. La foto salió movida. Al fondo de la imagen tres signos de interrogación dejan en claro que hasta las calles se preguntan quién sabe qué cosas. No sé cuáles son las preguntas, pero igual hay que esperar las respuestas, porque hay que esperar algo siempre, hay que tener al menos eso.
Habría que sentarse cómodamente y en caso de tener que estar en más lugares dejar al menos una parte nuestra a esperar lo que venga. Tal vez no es tan buena idea seguir cuando la parte que se deja son las piernas, pero quién soy yo para juzgar. Sólo soy una chica que ha salido con la necedad de mantenerse entera.
Por otra parte, no estaría tan mal saber qué hacer entre las idas y las esperas. Tomar consejos, tomar consejos por la comedia; tal vez no sirvan de nada, así que pueden venir de cualquiera.
Margarito, por ejemplo. Humildad ante todo, por ejemplo. Dios no tenía Chevy ni Blackberry. Habría que escribir un libro que se llamara así y se tratara de eso. O no. Me gusta proponer cosas que posiblemente no se van a hacer y decirlas de tal forma que quede bien claro que no las voy a hacer yo, que las haga quien quiera. Habría que dejar de hacerlo o habría que seguir consejos al azar y que la vida sea lo que sea.
Hoy puede ser un día fantástico, aunque a buena hora me entero, porque ya casi se acaba. O qué bueno, porque también podría no serlo. Puede y puede no ser un día fantástico pero tampoco está uno para ponerse a hacer nada al respecto, a veces sólo pasa lo que tiene que pasar: el tiempo.
Lo que pasa es el tiempo que son minutos que son horas que son días que son meses y así en adelante y todos juntos son bien montoneros. Qué miedo. Yo no quiero tener miles de años aunque nunca llegue a ser un iluminado. Yo no quiero tener miles de años.
Hasta aquí, gracias, me quedo con esto. O no. No quiero realmente quedarme con esto pero tampoco quiero seguir avanzando para descubrir que adonde me estaba dirigiendo era a lo alto de un edificio que está por caerse. Y que seguramente se caerá cuando llegue. Sí quiero irme de aquí, pero no quiero ir allá adonde voy a terminar cayéndome.
Aunque tampoco estaría mal ir a ver qué más hay. Definir qué es eso que se ve a lo lejos por el hueco que dejó todo lo que se ha ido rompiendo. Habría que ir a ver qué más hay, habría que hacerlo, como se hace casi todo, nomás por hacerlo. Tal vez haya más de lo mismo. Tal vez algo peor o tal vez algo mejor, porque por qué no.
Todo mal. Soy el payaso y te cargo si quiero. O no, no es verdad, no es tan verdad, todo no, al menos no todo mal. Pero voy a seguir defendiendo mi legítimo derecho a quejarme cuanto puedo. Lo hago por la comedia, y cuando es necesario me retracto de ello. Las pulgas no están tan mal, sí habría que amarlas si se ama al perro, pobrecitas, tienen sus propios problemas.
Todos nos confundimos, todos no sabemos ni qué. Las pulgas creen que son el perro, el perro cree que es la casa en la que se refugia, la casa cree que es un hombre y quiere ir a lugares pero no puede. La casa no es hombre pero es como algunas personas que no van a ningún lado, como si fueran parte del suelo.
La casa se queda ahí “viendo algo”. Tal vez uno es la casa. Tal vez ir a lugares está sobrevalorado. Tal vez no está tan mal seguir en Guadalajara y ver algo. Ver lo que sea. Ver hacia todos lados como si se estuviera siempre a punto de cruzar una calle, nunca se sabe cuándo o de dónde puede venir la calamidad o caerte un piano en la cabeza. No me ha pasado ni he sabido de nadie en tal situación, pero espero que la televisión no me haya estado mintiendo. El caso pues es que ya si uno tiene que quedarse, habría que quedarse, al menos, a ver algo. No es cierto que aquí no pasa nada.
Si uno se fija bien puede ver, por ejemplo, algo cercano y pensar por un momento que es una luz que nunca se apaga, aunque luego resulte ser sólo un incendio. Además un incendio en un lugar equivocado, eso pasa.
Pero hang in there, baby.
Al menos mientras estemos aquí siempre tendremos Guadalajara y sus calles y los que se quedan y la posibilidad, en caso de encontrarlas, y a veces las encontraremos, de ver cosas sorprendentes, y mientras eso pasa, o mientras nos vamos, siempre tendremos perros, aunque nunca supe qué simbolizaba el perro, pero los tendremos y amaremos a sus pulgas y lo haremos con gusto aunque lo hagamos entre lamentos.
Por la comedia, porque no tiene sentido, porque al menos sigo, seguimos, al menos seguimos vivos.
Porque para algunos ya ni quejarse de que siguen aquí y no tienen nada es bueno.