A la salud de la Gato, ea.
1.
Como a los 6 años me gustaba un guey que se llamaba Fumaro y que vivía en un ranchito al que íbamos siempre en vacaciones. Mis papás no me dejaban juntarme con él por piojoso (no despectiva, sino literalmente), y como ya tenía edad suficiente (15 o 16), pronto dejó el pueblo bananero (no despectiva, sino literalmente) para cruzar el border en busca de la dolariza. Nuestro amor no pudo ser, pero cumplió su misión al convertirse en el primer gran drama de mi vida e involucrar a alguien de nombre Fumaro, inaugurandose así la tragedia de mi desgracia (pobre pobre mi desgracia) que, marcada como quedó, siempre sería muy pero muy poco seria.
2.
Una vez fui a Pare de Sufrir.
Estem, no, no paré de sufrir.
3.
Desde hace tiempo llegué a esa edad en la que compré la idea de que los teléfonos sirven sólo para recados y emergencias, de ahí que pasados unos minutos de conversación telefónica me comienzo a angustiar. Sé de las distancias y las imposibilidades, pero no importando cuánto quiera, extrañe, o cualquier otro efecto de la necesidad, a la persona con la que hablo, invariablemente antes del primer quinto de hora ya estoy pensando "¿y qué? ¿como cuándo vamos a colgar?"
4.
Aunque mi mamá asegure que dormir 19 horas continuas es una enfermedad y no un talento, yo digo que sí lo es. Tal vez no me lleve a la tele ni me dé fama mundial como ese señor que se mete a la boca 200 popotes o tres pelotas de beisbol, pero me enorgullezco de lo mío y, lo que es más, seguro que lo paso mucho mejor. Visto así, ¿quién ganó?
5.
Creo que hay duendes en mi cuarto. Algunas noches, cuando los escucho, pienso que es mejor tenerlos contentos ayudándolos en su labor de revolver, esconder y perder mis cosas, así que les prendo la luz. No es por miedo, no, es para verte mejor y un puro acto de solidaridad.
6.
Toda mi fe en la superioridad de la civilización sobre la barbarie se rompe mientras siento los pedacitos todavía calientes de nosequésea cayéndome encima al presenciar un espectáculo de pirotecnia. Es como escupir para arriba, pero con fuego. Nunca aprenderán.
7.
Cuando por algo le digo a alguien que hay miles, millones de cosas peores que la muerte del otro cercano, no hay mayor fastidio que me salgan con el argumento babosón de "lo dices porque nunca se te ha muerto alguien a quien quieras". Qué saben de mis muertes y qué saben de mis amores. Es que es una desvergüenza eso de justificar la fealdad, la inutilidad de la propia vida en una muerte ajena. Valen más otras cosas. Hay mucho mejor que tener vagamente a un vivo y mucho peor que verlo morirse. No me pesa la ausencia irremediable; me queda el amor donde yo me lo quiera poner (aún donde no lo vean los del argumento babosón) y hay campo suficiente para admitir que a mí no estorba un cadáver más.
8.
Para ella, para Graciela, así como la muerte es menos, admirar es mucho más que amar.