Tú no me conoces, ni tú tampoco, ni ella, la niña pero, en un tiempo, yo estuve de moda. Me dijeron que iba a hacer cosas increíbles. Me dijeron que tenía mucho qué decirle al mundo. Me abrieron todas las puertas y me pusieron todas las mesas. Pero no supe cómo cruzarlas ni cómo sentarme a comer en ellas.
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Hace una hora estaba trabajando en escribir las publicidades
que me dan para vivir como me gusta: sobre mi cama y bajo mis gatos, y
escuchando de fondo la charla que tuvo Paola Carola con Lilián López Camberos
sobre su libro Quisiera quedarme quieta. Curiosamente, o no, yo estaba quieta
cuando empecé a oírlas, y terminé así, escribiendo otra vez, como si no me
hubiera curado ya de eso.
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En la charla, Lilián y Paola mencionan que el cuento
es visto como un género menor, que se piensa que primero debes publicar cuentos
para ver si luego te mereces sacar una novela, y entonces pasó lo que menos me
gusta que me pase, un evento terrible que a nadie le recomiendo: me acordé de mí.
Me acordé de todos los cuentos que escribí desde los 13 años hasta los
veintitantos, cuando quién sabe cómo (yo, yo sé cómo, por el internet y su
magia que a veces es blanca pero a veces también es muy negra) llegaron
editores de sellos enormes a pedirme una novela, porque yo iba a hacer cosas
increíbles. Pero no supe cómo hacerlas.
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Un día, alguien de la editorial en la que, al menos en ese
momento, cualquier escritor con honestas búsquedas literarias quería publicar, me
dijo que sólo les publican cuentos a escritores de renombre, que ella me había
buscado porque lo que necesitaba de mí era una novela. Y esa no fue la primera vez
que me lo pidieron.
El dolor que cargo hasta ahora en este costal de papas que es mi pecho, es que en su momento no supe cómo decirles que lo que necesitaban de mí es
justo lo que no tengo. Que yo escribo internet, que yo me escribo a mí, que perdón por no querer más, por no poder más, y que, lo peor, o lo mejor, o ya ni sé, es que estoy (estaba, pero ya estoy de nuevo) contenta con eso.
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Nunca, hasta que los editores llegaron a mi vida, y mientras
lo escribo me hago cien replies en la cabeza pidiéndome que no seademamador y que cheque mi
privilegio, pensé en escribir para publicar en papel, para que un lector como
los de antes, de sombrero de ala ancha y un clavel en la solapa, y no una
arroba o un nickname de internet (si acaso), lo leyera. Yo escribía para comunicarme sin
tener que hablar con la gente. Yo escribía porque mejor adentro que afuera.
Pero cuando me pidieron que escribiera y me dijeron qué y cómo lo escribiera, simplemente
dejé de hacerlo. No se culpe a nadie. O bueno, sí, a mí, por pendeja que bien pudo decir "todas las gracias, pero no" y seguir con lo suyo. Pero mejor no se culpe a nadie, porque pendejarme está muy feo.
*
Ahora, tantos años después, cuando, como en esa escena de
El último unicornio donde Molly le pregunta a la criatura mitológica que esperó
toda su vida: "And where were you twenty years ago? Ten years ago? Where were
you when I was new? When I was one of those innocent young maidens you always
come to? How dare you! How dare you come to me now, when I am this!", me llega
en la charla de Lilián y Paola la noticia de que pude haber seguido escribiendo
cuentos que nadie viera, que no tenía que escribir una novela, que pude haber seguido escribiendo aquí, que pude haber seguido
siendo sin deberle nada increíble a nadie y sólo dar esto que soy, esto que tengo.
Y esperar que fuera suficiente y, si no lo era, desde lo más profundo de mi alma
de estudiante de primer semestre de Letras, creyendo que el mundo va a ser
otro, decir: ni pedo, Alfredo.
*
No quiero usar la palabra con F (feliz), pero ya me puse a
pensar y, lo peor, sentir, y siento que nunca fui tan feliz, o al menos tan
libre, como cuando escribía aquí, sin La Idea de La Presentación, La Venta, El Lector (¡lotería!), por mí y para nadie, aunque también para
quien lo leyera. Y, no sé si pueda, pero no sabes cómo quiero volver a hacerlo
(a serlo). Quisiera quedarme quieta para que dejen de aplastarme las expectativas
de las que ya nadie (más que yo, que me revuelco en mi tumba de olvido) se acuerda, y seguir aquí, seguir nada más,
seguir escribiendo.