viernes, octubre 23, 2020

Estos 38 años he vivido (el 26 te sorprenderá)

Tú no me conoces, ni tú tampoco, ni ella, la niña pero, en un tiempo, yo estuve de moda. Me dijeron que iba a hacer cosas increíbles. Me dijeron que tenía mucho qué decirle al mundo. Me abrieron todas las puertas y me pusieron todas las mesas. Pero no supe cómo cruzarlas ni cómo sentarme a comer en ellas.

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Hace una hora estaba trabajando en escribir las publicidades que me dan para vivir como me gusta: sobre mi cama y bajo mis gatos, y escuchando de fondo la charla que tuvo Paola Carola con Lilián López Camberos sobre su libro Quisiera quedarme quieta. Curiosamente, o no, yo estaba quieta cuando empecé a oírlas, y terminé así, escribiendo otra vez, como si no me hubiera curado ya de eso.

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En la charla, Lilián y Paola mencionan que el cuento es visto como un género menor, que se piensa que primero debes publicar cuentos para ver si luego te mereces sacar una novela, y entonces pasó lo que menos me gusta que me pase, un evento terrible que a nadie le recomiendo: me acordé de mí. Me acordé de todos los cuentos que escribí desde los 13 años hasta los veintitantos, cuando quién sabe cómo (yo, yo sé cómo, por el internet y su magia que a veces es blanca pero a veces también es muy negra) llegaron editores de sellos enormes a pedirme una novela, porque yo iba a hacer cosas increíbles. Pero no supe cómo hacerlas.

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Un día, alguien de la editorial en la que, al menos en ese momento, cualquier escritor con honestas búsquedas literarias quería publicar, me dijo que sólo les publican cuentos a escritores de renombre, que ella me había buscado porque lo que necesitaba de mí era una novela. Y esa no fue la primera vez que me lo pidieron. 

El dolor que cargo hasta ahora en este costal de papas que es mi pecho, es que en su momento no supe cómo decirles que lo que necesitaban de mí es justo lo que no tengo. Que yo escribo internet, que yo me escribo a mí, que perdón por no querer más, por no poder más, y que, lo peor, o lo mejor, o ya ni sé, es que estoy (estaba, pero ya estoy de nuevo) contenta con eso.

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Nunca, hasta que los editores llegaron a mi vida, y mientras lo escribo me hago cien replies en la cabeza pidiéndome que no seademamador y que cheque mi privilegio, pensé en escribir para publicar en papel, para que un lector como los de antes, de sombrero de ala ancha y un clavel en la solapa, y no una arroba o un nickname de internet (si acaso), lo leyera. Yo escribía para comunicarme sin tener que hablar con la gente. Yo escribía porque mejor adentro que afuera. Pero cuando me pidieron que escribiera y me dijeron qué y cómo lo escribiera, simplemente dejé de hacerlo. No se culpe a nadie. O bueno, sí, a mí, por pendeja que bien pudo decir "todas las gracias, pero no" y seguir con lo suyo. Pero mejor no se culpe a nadie, porque pendejarme está muy feo.

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Ahora, tantos años después, cuando, como en esa escena de El último unicornio donde Molly le pregunta a la criatura mitológica que esperó toda su vida: "And where were you twenty years ago? Ten years ago? Where were you when I was new? When I was one of those innocent young maidens you always come to? How dare you! How dare you come to me now, when I am this!", me llega en la charla de Lilián y Paola la noticia de que pude haber seguido escribiendo cuentos que nadie viera, que no tenía que escribir una novela, que pude haber seguido escribiendo aquí, que pude haber seguido siendo sin deberle nada increíble a nadie y sólo dar esto que soy, esto que tengo. Y esperar que fuera suficiente y, si no lo era, desde lo más profundo de mi alma de estudiante de primer semestre de Letras, creyendo que el mundo va a ser otro, decir: ni pedo, Alfredo.

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No quiero usar la palabra con F (feliz), pero ya me puse a pensar y, lo peor, sentir, y siento que nunca fui tan feliz, o al menos tan libre, como cuando escribía aquí, sin La Idea de La Presentación, La Venta, El Lector (¡lotería!), por mí y para nadie, aunque también para quien lo leyera. Y, no sé si pueda, pero no sabes cómo quiero volver a hacerlo (a serlo). Quisiera quedarme quieta para que dejen de aplastarme las expectativas de las que ya nadie (más que yo, que me revuelco en mi tumba de olvido) se acuerda, y seguir aquí, seguir nada más, seguir escribiendo.