martes, julio 24, 2007

Del descaro climático

En Guadalajara primero está la tormenta. La lluvia de arriba a abajo, la lluvia oblicua, la lluvia que moja por todos lados. Quizá sales, no por otra cosa que necesidad, inocentemente resguardado por un paraguas, pero, claro, te lo voltea el viento. Los árboles se llevan los cables de luz en el camino a caer sobre una casa. Afuera, en cualquier lugar, un perrito ensopado le mienta la madre al cielo con ladridos porque se olvidaron de dejarlo entrar a donde pudiera refugiarse. No hay camellones, no hay calles, no hay nada, están bajo el agua que no se va por las alcantarillas, las que, por su parte, sí se tragan a los carros, a la gente. Pero después, de pronto, cuando menos lo esperes, en Guadalajara ya no está la tormenta. Descubriéndose arriba todo azul y con un saldo de menos paraguas funcionales, menos árboles, menos techos, menos autos, menos personas y menos ánimos del perrito ensopado que se deshace de la lluvia con una buena sacudida, el sol aparece. Como si nada hubiera pasado.

domingo, julio 08, 2007

Sentada, mirando al frente



No es que me exija cambiar, pero a veces creo que debería desperdiciar mi vida de una manera distina que ésta: sentada, mirando al frente.

Maneras escandalosas. Robar un banco y gastarme en apuestas. Maneras ridículas. Nos vamos de vacaciones en monopatín. Maneras infinitas. Recorrer el camino en una podadora, deteniéndose a ver pero sin llegar (y lo digo porque yo nunca llegué al final y las historias se detienen hasta donde el ojo las constata). Maneras hermosas. No se me ocurre una manera hermosa que no devenga en lástima.

Pero ocurre a veces (ha ocurrido esta vez) que sentada, mirando al frente, se me cruzan personas enormes, que me duelen de ver, que me recuerdan lo necio de mi compromiso con el nadahacer, esperar, ser el personaje que siempre está un paso atrás.

Debe ser ridículo cuánto puede una admiración romper la seguridad de alguien que desperdicia su vida sentada, mirando al frente, pero es la verdad. Y debe ser ridículo cómo diez deditos pueden más que mis años de esfuerzo por enaltecer mi tiempo perdido, pero pueden.

Peor todavía intentar hacer apología de ello, pero lo hago.

Aunque no me exijo el cambio, para no tener que cerrar los ojos y quedarme sin mirar, me ofrezco una disculpa por caberme en la palma de la mano, tomarme, arrugarme y lanzarme por encima del hombro para irme detrás de ti.

Una manera hermosa, sí. Desperdiciar mi vida sentada, mirando al frente, ocupada en admirar tu grandeza, tu genialidad.




Si yo fuera en la medida de mi admiración, ahora sería infinita.
Me basta pensar.