lunes, noviembre 06, 2023

POV llevas toda tu vida con un boombox al hombro siempre encendido, diciéndote cosas horrendas

Aquí es la terapia, ¿verdad? Qué bueno.

Pocas cosas me frustran como ir con un profesional de la salud mental y regresar con respiraciones y el excelente consejo de no escuchar las cosas que dice mi cabeza y, sobre todo, no creerles.


A ver, yo llevo 41 años respirando (al menos 10 de esos con técnicas) y ya sé que mi cabeza se la pasa diciendo locuras, te juro por mis gatos que no les creo. A las pruebas me remito: de los 500 millones de veces que me ha dicho que me voy a morir en ese mismo momento, 0 me he muerto. No le creo pero siempre la escucho, porque siempre está hablando y, entonces, ¿qué hago con lo que siento? En el alma y en el cuerpo.


Ya estoy en edad de saber que no soy única y detergente. Que millones de personas en el mundo, quizá en este mismo momento, experimentan lo mismo que yo, pero ¿por qué es tan difícil que me crean que de verdad, por dios y la virgen y mis gatos, ya lo intenté, y que no puedo -no he podido- no escuchar mis pensamientos, aunque sepa que no son ciertos? 


Después de mi cita con la psiquiatra, en la que otra vez no lo supe explicar y otra vez quedé como estúpida que nada más no quiere tomar consejos, encontré esta imagen para el PPT de cómo me siento: Es como si tuviera una grabadora (de esos boombox ochenteros) sobre el hombro, al lado de mi oreja.

Esa grabadora lleva encendida toda mi vida (que yo recuerde). Pero claro que no la tengo que escuchar atentamente todo el tiempo. A veces estoy bien. El cassette que reproduce es un kínder a unas cuadras de mi casa, que es mi cuerpo, desde donde salen las voces de los niños pero sus conversaciones son casi indistinguibles, una risa por aquí y un grito de repente. Eso está bien. Te acostumbras a vivir así.

A veces le sube al volumen y ya puedo escuchar claramente que lo estoy haciendo mal, que me gané todo lo terrible que me pasa y que ni se me ocurra creer que me merezco lo bueno, que voy a perder el control, que me voy a matar o me voy a morir, que necesito un plan, que dónde está mi plan, porque seguro tengo algo muy grave, y lo peor es que ni siquiera me voy a morir realmente, sino que, por no actuar a tiempo, me voy a quedar incapacitada por el resto de mi larga vida, siendo una carga para mis gatos o ni se sabe para quién, esa es otra angustia que aún no hemos resuelto. Claro que no le creo; le enseño las pruebas, le enseño exámenes de laboratorio, le digo que además estoy en tratamiento, pero me contesta que si no sé que las cosas cambian de un momento a otro y que la ciencia vale verga. Esta grabación para todo tiene respuesta. Lo bueno de todo lo malo es que el volumen no está tan alto y, aunque incómodo, también te acostumbras a vivir con eso. Puedo ir aquí y allá, puedo comer y dormir y, a veces, muy a veces, reírme de un meme. Puedo oler a los gatos y hasta leer o ver tele. Es cosa de dejar que siga hablando y ya. Mientras el volumen no esté tan alto, que diga lo que quiera.

Pero luego están las otras veces. Esas donde, de la nada (o eso que, a pesar de los años y años de terapia y exploración, yo sigo viendo como la nada), el volumen sube al cien. Aquí ya me está gritando todas esas cosas horribles y otras más. Y yo se las sigo debatiendo o sigo tratando de ignorarlas, pero la grabación ahora tiene un palo y me está picando con él. Me duele la cabeza, el cuello, la espalda, el estómago, las piernas. Tengo una bola atorada en la garganta, la lengua hinchada y no me entra el aire más allá del cuello. O eso siento. Y, como lo siento, y, como no hay forma de negar eso, tengo que parar todo y hacer lo que hay que hacer. Le digo que, sienta lo que sienta, no me está pasando "nada". Le digo que se calle porque estoy meditando. Que se calle porque estoy respirando. Que se calle porque me estoy bañando con agua helada o corriendo. Intento hacer más ruido que ella. Intento también hacer silencio. Le digo que estoy haciendo todo lo que me dijeron que hiciera para que se calle, pero no se calla. Y ese no es el problema, que diga lo que quiera, pero ahora ya no quiere soltar ni a mi cuerpo.

Y, al rato, lo suelta. Siempre lo suelta. Con el tiempo o con medicamento. Y tengo que descansar horas porque vengo de luchar una guerra. 


Gané otra vez. El volumen volvió a su punto medio y me deja hacer cosas de nuevo. Pero ¿qué clase de victoria es esta mientras, cada que quiera y de la percibida nada, la grabación se pueda seguir subiendo? 


Nadie me ha dicho que así va a ser siempre, ni yo me atrevo a preguntar. Pero me daría con que dejaran de decirme que no lo escuche, que lo debata, que no le crea, que lo controle.


Ojalá mi psiquiatra pudiera leer esto.


Porque cada que salgo de otro ataque de pánico, siento que menuda victoria, amor. 


Porque hoy siento que hasta cuando gano pierdo.


Y ya no puedo.


Pero sí puedo.


Creo.

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